domingo, 18 de octubre de 2009

Un modelo para la formación filosófica de los jóvenes en Colombia.

La formación filosófica se ha entendido de múltiples maneras, aquí hacemos referencia, no a una iniciación en las disciplinas filosóficas, sean escolares o universitarias, que reducen la filosofía a un marco meramente institucional, sino a la configuración de una de nuestras actividades humanas, la del pensamiento, su sentido crítico y su transformación, que abre horizontes desde nuestra racionalidad y da sentido y orientación a las preguntas y los problemas que constituyen nuestra cotidianidad; es decir, una praxis, un ejercicio de pensamiento que pone a prueba nuestras comprensiones y opiniones, con el fin de construir criterios comunes para sí mismo y para la acción. Pensamos, entonces, en la necesidad y pertinencia de una formación como ésta, de cara a la complejidad de condiciones sociales, políticas y culturales de un país como Colombia. Animados por esta inquietud, intentamos construir un modelo pedagógico para dicho aprendizaje, el cual hemos acogido con el término de una “pedagogía del concepto”.
El objetivo de esta ponencia es invitar a la reflexión acerca de tres puntos: el primero tiene en cuenta la percepción que los jóvenes colombianos se hacen de la educación, la cual se ha transformado significativamente. Segundo, llamar la atención acerca de su coincidencia con las dinámicas sociales y los cambios globales a los que debemos enfrentarnos y que han modificado nuestras experiencias, pensamientos y opiniones, individuales y colectivas, en los distintos órdenes de la vida social, tanto a nivel local como nacional. Y el tercero, despliega una propuesta de cómo formar el pensamiento de una manera diferente, ubicada y pertinente, a la luz de los conceptos; es decir, en la búsqueda de esa palabra común que se nutre de nuestras experiencias vitales y que reclama la comprensión, de tal manera que pueda ofrecer posibilidades siempre renovadas para saber vivir y convivir con otros.


Si entendemos por filosofía aquella dimensión humana que se hace cargo de la pasión del pensar y de la inquietud que plantean sus interrogantes, estamos considerando una nueva tarea, que como dijimos no se circunscribe al espacio institucional –aunque tampoco lo excluye- pero que hace parte de un interés que puede ser desarrollado en los distintos campos de la vida social y cultural, en los que acontecen nuestras conversaciones cotidianas y que consiste precisamente en tomarse en serio el saber común que se expresa en ellas.
En este saber, producto de nuestra manera cultural e histórica de estar en el mundo, encontramos distintas opiniones y en ellas los diversos esquemas conceptuales –expresados tanto en las palabras de moda y en sus usos habituales- los cuales, como lugares comunes de la comprensión para las distintas situaciones y fenómenos que ocurren y que nos ocurren, son los medios con los que siempre intentamos aprehender las prácticas humanas. Es, entonces, hablando con otros acerca de lo que nos sucede, cómo dichas prácticas adquieren sus significados, cuyos renovados sentidos pueden hacerse visibles en ellos o por el contrario mostrar su opacidad, cuando se vuelven términos rígidos y pretenden constituirse siempre en expresiones ciertas de los hechos concretos del mundo, volviéndose así incuestionables. Desde esta situación cotidiana y común, se hace para nosotros importante, realizar un aprendizaje reflexivo, con el fin de interrogar esas premisas notoriamente incuestionables de nuestros modos de vida que se convierten en parámetros y criterios y se expresan constantemente en las opiniones. Por eso se vuelve imperioso preguntarnos, desde aquello reconocido como actividad filosófica, cuáles son los fenómenos, sus complejidades; pero ante todo, las raíces y las consecuencias sociales de términos supuestamente clarificadores, que se revelan en su rigidez e irreflexividad, en una desarticulación con nuestras actuales condiciones de comprensión. En las conversaciones de los jóvenes colombianos, encontramos una economía del lenguaje creciente y una reducción a significaciones mínimas de las palabras, poniendo en obra toda una serie de códigos y de expresiones de moda que requieren ser pensados, no como simples estructuras lingüísticas, sino como referentes que reclaman la explicitación de un saber expresado allí –lo dicho en él- y que puede ser comprendido y examinado a la luz de nuestros contextos local y global.

1-Los jóvenes colombianos y su percepción acerca de la educación.

Aunque creemos que pueden no distar mucho de los jóvenes de otras latitudes, hemos intentado hacer aflorar algunos rasgos de dicha percepción, con el fin de tomar conciencia en las situaciones concretas y desde ellas, saber que ocurre, con la deliberada intención de pensar cómo buscar orientación de manera conjunta.
Nos preguntamos entonces: ¿Qué es que lo que le da a la cultura de hoy su fuerza y su sentido?
Ante esta pregunta, se quiere responder con una nueva categoría acuñada por uno de los teóricos de mayor incidencia en nuestro pensamiento actual y es Z. Bauman, la cual permite leer las nuevas condiciones de existencia tanto a nivel local como global y es la de “sociedad de consumidores”
[1]. Con este nombre se quiere expresar, que es el consumo lo que determina nuestra relación con el mundo, a la vez que se ofrece como eje articulador de nuestras distintas experiencias culturales e individuales.
Es en esta sociedad , que incluye a los jóvenes
* de los distintos estratos sociales de nuestro país, en sus diferentes territorialidades: urbanas, rurales, periféricas, donde hemos visto surgir y desarrollarse una multiplicidad de prácticas -en la asimetría de las condiciones de existencia-, que sin embargo cobran vigencia y se homogeneizan desde los varios canales de la cultura -la televisión, las formas de entretenimiento, los sistemas desarrollados de información y de telecomunicaciones, el mundo de las redes, etc.- y el entrenamiento y las destrezas obtenidos desde ellos. Dichas prácticas constituyen el consumo (objetos, signos y emociones) de los deportes, la diversa gama de diversiones, el turismo, los espectáculos, los juegos; toda suerte de entretenimientos y, en menor medida, asociaciones juveniles que propenden por la protección de algún tipo de bien, como por ejemplo, el cuidado del medio ambiente, alguna campaña política, unas brigadas a favor de los damnificados de alguna catástrofe o campañas ecológicas, etc.
En todas ellas, encontramos la tensión creada por la supremacía de una racionalidad mediática, llamada también racionalidad informática, propia de los medios masivos de comunicación, los cuales ocupan un papel cada vez más central en los ritmos y temporalidades de la vida cotidiana de nuestros niños y jóvenes y de quienes la compartimos en ese cruce intergeneracional inevitable, de tal manera que hoy participamos, con encontradas y ambivalentes actitudes, de los nuevos sistemas de preferencias, valoraciones, ideales, costumbres, hábitos, e incluso lenguajes, todos ellos elaborados desde la relación con estos medios. De este modo han cobrado preeminencia gracias a la TV, pero también al Internet, nuevas formas en las relaciones humanas, tanto como en las valoraciones. De tal manera, encontramos un mismo ideal con respecto a los modelos a seguir, cuales son: celebridades, personajes de la farándula, en general los famosos, quienes como encarnaciones del éxito en la vida, proponen nuevos valores susceptibles de ser imitados.
Junto a este eje confluyen otros rasgos que es necesario tener en cuenta, no sólo para ser conscientes de la complejidad del fenómeno en cuestión –como lo señalábamos anteriormente, en su asimetría- sino para nuestro intento de esclarecer las nuevas condiciones y territorios donde debe moverse la formación filosófica que quiere ofrecerse de manera oportuna y pertinente.
En primer lugar, hablamos de la movilidad, lo que da cuenta de un singular manejo del tiempo y sucedáneamente de los espacios. El tiempo ya solo es conjugable en el presente, ahora es la simultaneidad, aquel que va y viene, que no deja rastros, que es monótono - se encuentra entre el tiempo real de lo institucional, ahora desregulado y el tiempo virtual de la TV (el único que quizás tiene una estructura, un horario). Junto a ésta, aparece otra de las características, y es la velocidad, con el “todo transcurre” devaluando el concepto de largo plazo y dirigiéndose hacia la reinvención constante. Es aquí donde puede comprenderse una tercera característica y es la nueva experiencia de inseparabilidad entre lo real y lo virtual que constituye ese nuevo horizonte llamado hoy por los teóricos el de la hiperrealidad. Un cuarto rasgo significativo es la flexibilidad y en ella, la primacía que tienen los sentimientos, la emoción, el placer, el juego espontáneo. Los jóvenes se reconocen hoy como buscadores y cosechadores de sensaciones o como coleccionistas de experiencias: su relación con el mundo es ante todo estética: el mundo lo perciben como alimento de la sensibilidad, una matriz de vivencias posibles y es esta actitud ante el mundo la que los une y los hace semejantes. De este modo constatamos el hecho de que para ellos priman los valores estéticos sobre los valores éticos y morales, de tal manera que cada joven hoy sabe que es él quien debe concentrar sus energías y capacidades en la satisfacción intensa de los momentos que vive, todos los cuales son promovidos por el mercado, la publicidad y los espectáculos sociales.
Esta situación ha dado lugar a lo que se ha llamado una “individualización forzada del destino” o “personalización” que exhibe a la vez dos posibilidades paradójicas y que se revelan inseparables, de una parte, el reconocimiento de jóvenes más reflexivos y concientes de sus vidas individuales, mientras son más frágiles y escasos los proyectos comunes y solidarios; y de otra parte, aumento del miedo, la ansiedad, la angustia, la incertidumbre, la inseguridad existencial, que se hace extensiva a la sociedad y la cultura, haciendo surgir la ambivalencia sobre la cual se teje la vida hoy: intensidad e inseguridad.
Es así como participamos de un mundo cargado de tensiones, donde las lealtades son múltiples, en el cual todos los órdenes han sido desregulados, donde los antiguos referentes como son la familia, las relaciones amorosas, los valores, la pareja en sus distintas modalidades, las instituciones en general, nos dicen y les dicen algo distinto, pues se diluye toda solidez, de tal manera que cada vez se hace más difícil discernir su pertenencia a ellos. Es en esta situación donde afloran todas aquellas dificultades intergeneracionales a partir de las cuales nuestro rol como adultos ha debido cambiar: hoy nos mantenemos frente a los jóvenes en un constante combate y en una negociación permanente para el reconocimiento de la propia identidad como individuos. Siempre en la movilidad, en la flexibilidad y en el desplazamiento como las nuevas experiencias frente a las cuales debemos definirnos.
Para ello, el modelo que ha entrado en vigencia, esto es el estético, está fundamentado en las elecciones individuales que se mueven por la seducción, los deseos y las relaciones públicas, ello significa no sólo que cada quien dispone de una variedad de opciones en la oferta cultural, sino que decrece cualquier ideal de integración social
* y de manera más crucial, diluye cualquier modelo formativo que insista en un único patrón.
Actualmente y de una manera más clara, la concepción de algún tipo de inscripción social para los jóvenes está ligada a dichas características: ingreso al mundo del mercado y las posibilidades de desplegar las alternativas del consumo; un desarrollo profesional y laboral competitivo y unas condiciones informales marcadamente inestables, fluidas y cambiantes, para las cuales se hacen necesarias las teorías sobre liderazgo, emprenderismo y competitividad: hay que seducir a los otros, ahora llamados los “clientes” y paradójica y simultáneamente, ser seducidos por la gama de ofertas y de respuestas individuales tales como terapias de auto ayuda, ejercicios de superación personal y los diferentes menú a su disposición, entre otros, de tal manera que la cultura, debe convertirse en el escenario privilegiado para este nuevo juego recíproco de seducción.
2- Las dinámicas sociales y los cambios globales

Son estas dinámicas y cambios a los que debemos enfrentarnos y que han modificado nuestras experiencias, pensamientos y opiniones, individuales y colectivas, en los distintos órdenes de la vida social, tanto a nivel local como nacional. Como lo señalamos anteriormente, esto tiene que ver con las maneras como la sociedad, a través de los diversos canales de la cultura, está creando nuevos hábitos, creencias e ideales en niños, jóvenes y adultos, e igualmente, con aquellas formas de asimilación, que ponen en relación nuestra manera de insertarnos como cultura en este mundo globalizado.
Veamos algunos rasgos de aquellas dinámicas y sus eventuales implicaciones: El primero es, sin duda, la instalación de una economía de consumo y el poder que la subtiende, el cual se impone globalmente por encima del poder político. Enunciemos algunos de sus efectos:
-El aumento de la pobreza y la polarización cada vez mayor de la riqueza, que pone al consumo en el lugar privilegiado para establecer el reconocimiento y la ubicación en una clase social determinada.
-La legitimación de una ética del consumo, en la cual el objeto de adoración es la riqueza misma, la que asegura un determinado estilo de vida con la gama de perspectivas que ella ofrece (contamos hoy con la exhibición cada vez más frenética de las maravillas del consumo)
-Un mundo hecho a la medida del consumo, por una fuerza de seducción tan poderosa y a veces tan misteriosa que no parece admitir resistencia. Aquí hacen su aparición las imágenes de la buena vida: la felicidad tal como se ve por la TV, siempre en el juego entre lo global y lo virtual
-La desregulación de los distintos ordenes sociales junto a la estrategia de brindar seguridad como la única seducción de los gobiernos nacionales frente a los poderes globales.
-La fragilidad de los vínculos humanos y su trasformación, los cuales, a raíz de los nuevos sistemas y dispositivos tecnológicos de información, los nuevos ordenamientos sociales y económicos, tienden a desolidificarse, esto es, a licuarse, siguiendo la metáfora de Bauman.
Bajo el nuevo lema de la flexibilidad, vemos cómo se reconfigura toda identidad, ya que, atravesada por lo flexible, ella se extiende en episodios plurales: las identidades como los bienes de consumo, deben pertenecer a alguien, pero sólo para ser asimilados, digeridos y luego desaparecer nuevamente, de este modo el consumo se reafirma como una actividad esencialmente individual, donde el deseo es siempre una sensación privada y difícil de comunicar, indicando que las celebraciones colectivas no son sino expresiones individuales de elecciones y consumos personales.
Esto dicho apunta hacia una afirmación que debemos comprender en todo su alcance: la estética, y no la ética, es el elemento integrador en la nueva comunidad de nuestros jóvenes consumidores.
Uno se pregunta entonces ¿cómo propiciar una formación filosófica en este contexto y qué contenidos debe tener frente a estas situaciones?


3-Una pedagogía del concepto

La propuesta filosófica frente a los acontecimientos anotados, quiere poder llegar a los jóvenes, con la aspiración de buscar una orientación conjunta, aprender de las expresiones habituales que ponemos en movimiento en nuestro lenguaje cotidiano, revisando una y otra vez los conceptos allí implícitos y desde los cuales nos pensamos y darlos a la luz en el ejercicio dialógico que proponemos. Esto no quiere decir, como lo han creído varios teóricos, que se trate de inventar patrones conceptuales nuevos sino por el contrario, de valorar y explorar creativamente nuestras actuales formas conceptuales en el horizonte del lenguaje.
Lo que es claro es que los jóvenes si bien poseen un saber, participan de un saber común, sin embargo es un saber no articulado de sus prácticas y de sus experiencias. Decíamos anteriormente, que ellos poseen hoy una mayor conciencia reflexiva, no son seres que sólo actúan en reacción a estímulos externos, sino que exhiben esa posibilidad de construirse un mundo para sí mismos. Siendo así, lo que podemos hacer es tornar reflexivas dichas prácticas, someterlas a la conversación en los distintos espacios de la vida social, de modo que de manera compartida se puedan elaborar criterios que orienten los comportamientos, para que, como adultos, seamos más bien mediadores e interpretes de su experiencia del mundo, que jueces descalificadores de la misma. ¿Cómo lograr una conversación que repercuta en sus mentes como eco de sus propias experiencias y de sus perspectivas de vida?
Es claro para nosotros que el problema más acucioso es el de la comunicación con ellos, es decir, el intercambio entre las generaciones, lo que representamos como un mundo de adultos que en la “incomprensión”, casi siempre fruto del dominio de nuestros propios condicionamientos, negamos toda apertura a estas nuevas experiencias donde de hecho chocan dos maneras de ver el mundo, la de ellos, perteneciente a un mundo virtualizado en el que no sólo son navegantes que elevan anclas en cualquier momento, sino en el que tienen la posibilidad de recrear nuevas identidades y realizar la experiencia de identidades múltiples y fragmentarias y, de otra parte el nuestro, el llamado “real”, con reglas diferentes, intentando mantener lo que parece cada vez más irrecuperable, fruto de otra lógica: la solidez, la identidad única, las seguridades, los órdenes, las reglas.
Tal como nos lo han señalado distintos pensadores, es necesario comprender el componente de socialización que conlleva la red y el impacto en nuestras vidas, como individuos y como seres sociales, para desde allí rehabilitar la conversación como medio de intercambio reflexivo. Esto significa, poner en relación el lenguaje cotidiano, en el cual se expresan nuestras diversas experiencias y prácticas, en clave de pluralidad y socialidad, haciendo uso de conceptos que develen la presencia de los otros y el compromiso conjunto que tenemos todos como ciudadanos en el espacio público; otorgando vigencia a la enseñanza de aquellos conceptos filosóficos que siguen teniendo fuerza vinculante, los cuales debemos examinar de nuevo como son: el bien común, la justicia, la amistad, la sabiduría, la prudencia, el amor, la muerte, entre otros. Conceptos con los que debemos buscar, no la elaboración de una teoría que garantice en su formulación un resultado exitoso, sino una renovada propuesta de sentido y orientación que nos sea significativo desde las nuevas condiciones y tensiones que vivimos. Es así como entendemos el modelo propuesto de la conversación formativa o lo que es lo mismo, el despliegue de esa dimensión filosófica de la existencia y la posibilidad de encauzar la fascinación por mantener preguntas como aquellas que interrogan siempre ¿cómo vivir? y ¿como convivir con los otros? Realizando con ello, el esfuerzo del pensamiento por alcanzar la palabra común, para el entendimiento con los otros acerca de la situación concreta en la que uno se encuentra. Esto nos lleva a señalar, contrariamente a lo que algunos adultos y pedagogos creen, que el sentido común o saber común hay que desecharlo (en el mejor de los casos, o en el peor, considerar que no hay que reconocerle ningún valor realizando una completa descalificación y exclusión). Por el contrario, se trata de entrar en diálogo con nuestros jóvenes, de tal manera que sea posible articular nuestra experiencia a la de ellos por medio del lenguaje. Para que esto sea posible, es necesario aceptar, primero, que sus opiniones nacen y se recrean en las preguntas, las inquietudes, las experiencias, las realidades subjetivas, sociales, políticas y culturales que nos pertenecen a todos; y segundo, que la conversación es la vía mas adecuada cuando se trata de considerar, como decíamos, no la autoridad del saber, ni del adulto que siempre enseña y dirige, sino de atender al modo de ser de los que estamos compartiendo una misma suerte, configurándose igualmente una estrategia social consistente en aprender y enseñar a escuchar recíprocamente, más que ir contra el saber que construyen los jóvenes desde sus experiencias y potencialidades.
Es, pues, el lenguaje vivo, esa vida de las conversaciones cotidianas lo que no podemos perder, es el espacio de los cuerpos, es aquello que conforma el campo de significatividades de nuestra existencia el punto de partida que nos ha conducido a entender cómo tanto las palabras de moda, como los conceptos en los que nos pensamos, pueden ofrecerse en la conversación, para ser examinados en común, es decir, desde la interrogación, ejercitando el arte filosófico por excelencia cual es el de revisar, pulir, cuidar los conceptos en los que nos comprendemos; al decir de Platón, el arte de deshacer conceptos rígidos para experimentar una nueva manera de ver y de comprometernos con la polis.
Vivimos en medio de la imposición de las comunicaciones, -allí donde reconocemos a nuestros jóvenes siempre “en línea” gracias al Internet, a los celulares y a todos los dispositivos creados para ello- las cuales, han podido transformar los conceptos de individualidad, comunidad, relaciones humanas en todas sus modalidades bien sea el amor, la amistad, el odio, la vergüenza y todos aquellos vínculos que antes reclamaban un compromiso con: el otro, los padres, los maestros, la patria, las virtudes, los valores, entre otros.
Las redes sociales tal cual lo intentamos esbozar, tienen unos mecanismos como la frecuencia, la velocidad, la flexibilidad y la intensidad, lo cual nos pone ante nuevos referentes: cuando hablamos de comunicación hoy, lo que encontramos son nuevas experiencias tales como la participación y la presencia de niños y jóvenes, a un mismo tiempo, en distintas redes y manteniendo “conversaciones” simultaneas sin generar conflictos ni rupturas. Es esta la nueva configuración de nuestro mundo, ese que actualmente y cada vez más se llena de tensiones y ambivalencias que nos desafían, puesto que mientras parece mas traspasado por todas estas características y conceptos derivados de la hiperrealidad, atravesado por las nuevas seducciones del mercado y sus lógicas, es también y al mismo tiempo, el mundo que nos sigue interpelando como humanos y ciudadanos que compartimos un destino común.
Para nosotros, la disposición a la conversación no es sólo el medio de elaboración de todo comprender la palabra del otro, en sus condiciones de historicidad, sino también, es tener en cuenta los efectos que se obtienen de tal aprendizaje vital, a saber: la posibilidad de que en el preguntar, de cuya tradición es maestra la filosofía, sea posible recoger tanto el pensamiento filosófico de la humanidad
*, como el pensamiento que examina conjuntamente con otros las practicas sociales cotidianas, cuestionando los conceptos solidamente asentados para ver mejor lo que nos sucede: conversar con otros no puede considerarse ni experimentarse como una pérdida desechable de tiempo y energía. Platón ya lo enseñaba en los inicios de la filosofía, que en una conversación, no se trata de saber y de dominar, sino más bien de preguntar y de deliberar en el ámbito colectivo.
El modelo propuesto de una pedagogía del concepto favorece la conversación intergeneracional en el espacio social; se trata siempre de pensar por uno mismo, pero nadie puede hacerlo sin entrar en diálogo con aquello que hemos pensado como humanidad, con nuestras tradiciones y en relación con el propio presente. Es necesario dejarse interpelar por éste, para desde allí, elaborar las propias preguntas y canalizar las inquietudes e interrogantes sobre los sucesos de la vida, la naturaleza, la historia, la sociedad y el mundo habitado.
Quizás responder a la pregunta por el progreso de Colombia tenga que ver con la invitación a una auténtica conversación con nuestros jóvenes, saber y aprender a escuchar y construir conjuntamente salidas que de manera articulada muestren las lógicas que nos dominan, para revivir un compromiso como agentes que eligen y toman decisiones y que como tales, pueden movilizar sus intensidades hacia un bien común, lo que significaría una nueva fuerza para vencer los miedos y las inseguridades, antes que seguir manteniendo la incomunicación y descalificación permanente que abre brechas cada vez más hondas en la comunicación con ellos, con lo que tienen que decirnos, con lo que debemos decirnos, toda vez que pueda configurarse la obligación moral con las futuras generaciones.

[1] Cfr los trabajos de Zygmunt Bauman, y también de Richard Sennet, Gilles Lipovetski al igual que los análisis de MA Ruiz realizados en nuestro medio.
*Hago la aclaración con respecto al hecho de estar realizando aquí una generalización, que con la mención de la asimetría, consideramos es valida para el análisis en la medida en que nombra la tendencia dominante, desde la cual cada individuo puede estar incluido o excluido, pero siempre bajo la misma regla de demarcación. Además no son exclusivas de los jóvenes sino también de los niños y los adultos.

* Se trata de comprender el eje articulador del consumo actual en su doble y paradójica función de socializar y desocializar al mismo tiempo, de tal manera que en ello se juega como amenaza y como potencialidad
* Tal como vive en el lenguaje, en la plurisignificación que a él le pertenece, e igualmente, de manera literaria en los textos de la filosofía, la cual nos ha enseñado siempre que se trata de entender las cosas para lo común

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